Desde marzo de 2020, las medidas de emergencia sanitarias y sociales promulgadas a causa de la pandemia de SARS-CoV-2 obligó a un repliegue de las acciones de protesta y una suspensión de todas las actividades promovidas por los movimientos sociales. Este confinamiento ha conllevado, por un lado, un periodo de latencia de las manifestaciones y los actos públicos de protesta. Por otro lado, ha hecho emerger distintas formas de activismo político centrado principalmente en las exigencias de la vida cotidiana y ha promovido la construcción de redes de solidaridad en comunidades y grupos sociales afectados por la pandemia y olvidados por el Estado. Desde marzo de 2020, hemos podido apreciar a escala global la actividad de centenares de grupos y redes de apoyo mutuo. Algunos de ellos son la prolongación de experiencias anteriores, las cuales a causa de la crisis social provocada por la pandemia han reconvertido su agenda de actividades. Otros grupos se han formado a lo largo de estos meses.
Frente a la ineficiencia o falta de respuesta por parte de las instituciones públicas, el activismo de base en tiempo de pandemia ha intentado y está intentando hacer frente a las necesidades de algunos sectores de la población. Aunado a ello, las distintas alternativas sociales de apoyo mutuo y de redes de solidaridad están promoviendo prácticas y valores distintos de los dominantes como son, por ejemplo, el individualismo y el narcisismo, con el objetivo de recuperar el espíritu solidario en el tejido social.
El apoyo mutuo, la solidaridad, la autogestión, entre otros, no representan prácticas nuevas para el activismo de base en particular y los movimientos sociales en general. Lo que cambia es el significado que los activistas dan a estas alternativas, significado que depende del contexto social e histórico en que se insertan estas experiencias.
En el actual contexto sociocultural caracterizado por los principios del darwinismo social, es decir, por un modelo social en el cual el orden natural de las cosas consiste en el dominio entre los seres vivientes y sobre la naturaleza, la jerarquía, el patriarcado, el egoísmo y el narcisismo, las alternativas sociales promovidas por estos grupos representan la prefiguración de verdaderas «utopías reales». Es decir, la construcción en el presente -aquí y ahora- de aspectos de una sociedad otra que ellos mismos reivindican y proponen. Estas utopías reales son alternativas sociales que alcanzan a anticipar o representar un «mundo alternativo» en el presente, como si ya existiera.
La prefiguración de estas utopías se caracteriza, ante todo, por salir del enfoque institucional, es decir, son alternativas sociales que no buscan una relación con las instituciones y el Estado. Se mueven al margen de la institucionalidad y se caracterizan por la práctica de la acción social directa, es decir, una acción dirigida ante todo a la mejoría de la condición humana. No son, pues, alternativas que tienen el propósito de transformar las estructuras e instituciones. Más bien, buscan -en los limites de lo posible- una coherencia entre medios y fines, estrategias y objetivos. Por lo tanto, son alternativas donde las prácticas se vinculan estrechamente con los valores morales de estos grupos. Esto hace que sean deseables en cuanto se contraponen a los valores neoliberales y conservadores de la actual sociedad. Como reflexionaba Erik Olin Wright, no todas las alternativas sociales, aunque sean deseables, pueden ser viables. Sobre todo, si miramos a estas alternativas desde un enfoque institucionalista, como el que caracterizaba el sociólogo estadunidense.
Desde otro enfoque (bottom-bottom), las alternativas sociales que están emergiendo desde la crisis social causada por la pandemia están resultando viables y factibles en cuanto están incrustadas en las necesidades de la vida cotidiana de las personas, como es el suministro de alimentos, la salud y el cuidado, el alquiler, el trabajo, entre otros. De esta forma, los protagonistas vinculan el cambio social con acciones prefigurativas en sus vidas cotidianas. Y las necesidades de la vida cotidiana que emergen desde la pandemia experimentan un proceso de politización. Es decir, tanto la eventual enfermedad, contagio, pérdida de trabajo u otra necesidad son enmarcadas como una injustica social que puede ser combatida y no como un hecho individual y fatalista.
Finalmente, el activismo de base que emerge de la pandemia está construyendo utopías reales donde el centro del compromiso para quien promueve estas experiencias es la coherencia entre las estrategias de acción social directa y sus valores como la solidaridad, la confianza y el apoyo mutuo. La capacidad transformadora de estas utopías ya está presente y delante de todos. La elección de seguir con esta experimentación está ahora en mano de tod@s nosotr@s.
Vía: https://redfilosofia.es/laboratorio/2021/05/15/el-laboratorio-conversa-con-tommaso-gavante/